El músico y artista puertorriqueño Jafet Murguía ha recorrido caminos poco comunes para un creador: su formación en Puerto Rico, sus años de estudio en República Dominicana y Guatemala, y su destino en Guantánamo, Cuba, como parte de su experiencia en una congregación religiosa, lo han llevado a descubrir en la música una herramienta invaluable para reafirmar su identidad cultural y tender puentes de fraternidad en el Caribe.
En conversación con este medio, Murguía compartió cómo la plena, el tambor y las expresiones musicales afrocaribeñas se convirtieron en su voz y en la manera de reafirmar su identidad como puertorriqueño, incluso en tierras extranjeras.
Sus palabras se dieron en el marco de la edición especial de Alianza Center, “First Friday Rumba en el Patio el 7 de febrero del 2025”, un evento que desbordó energía y que celebró los vibrantes ritmos de la comunidad latina. La jornada incluyó las destacadas presentaciones de Murguía y del maestro percusionista Dimas Sánchez, quienes ofrecieron además una clase magistral que cautivó al público en la ciudad de Kissimmee.
“El arte rompe barreras
— ¿Cómo comienza este proceso de encontrarte con tu identidad cultural fuera de Puerto Rico?
— Desde muy joven me tocó vivir en distintos lugares del Caribe y Centroamérica: República Dominicana, Guatemala y luego Cuba, en Guantánamo. Estar fuera de Puerto Rico me permitió descubrir que había un vínculo muy grande entre la música y el pueblo puertorriqueño. Eso me estimuló a cultivar mis raíces y no perder mi identidad. El arte se convirtió en un vehículo de comunicación exquisito, fenomenal, que rompe muchas barreras. A través de la música en el tambor, que es de raíz africana, pude expresar fraternidad y redescubrir quién soy como puertorriqueño en tierra extranjera.
“La plena viaja conmigo”
— ¿Qué papel ha jugado la plena en tu camino artístico?
— La plena es un género que me ha acompañado siempre. Es alegre, contagiosa, y tiene la capacidad de conectar con cualquier público. En Guantánamo, por ejemplo, me tocó insertarla en algunos espacios culturales, y la respuesta fue muy bonita. Me acuerdo de un carrito que llamaban “el carrito de la sala”, que en los carnavales iba tocando música y la gente lo seguía. Hoy, cuando toco plena, muchos recuerdan ese carrito y sienten nostalgia.
Además, en el oriente cubano hay una historia profunda de migración: a mediados del siglo XIX llegaron muchos puertorriqueños, junto con comunidades haitianas y jamaiquinas. Todavía hay familias que me dicen: “Mi abuelo o mi bisabuelo eran puertorriqueños”. Esa acogida hace que uno sienta que, en realidad, las raíces están entrelazadas en toda la región.
Guantánamo más allá de la base militar
— En Puerto Rico solemos asociar Guantánamo con la base militar de Estados Unidos. ¿Qué encontraste allí?
— Guantánamo es mucho más que eso. Es una provincia con una gran riqueza cultural, agrícola y musical. Allí están expresiones como la tumba francesa, el espiritismo popular, la rumba y, sobre todo, el changüí, que es el origen del son cubano. Esa zona es una especie de tesoro cultural enclaustrado por la geografía, pero lleno de vida. Para mí fue impactante ver cómo esas tradiciones todavía se mantienen vivas y dialogan con nuestra propia música en Puerto Rico.
“No olvidarnos de quiénes somos”
— ¿Qué te deja toda esta experiencia como artista y como puertorriqueño?
— Me deja la satisfacción de haber sostenido lo que hemos heredado y de poder aportar un rayito de luz y esperanza a las nuevas generaciones. Hoy vemos grandes artistas internacionales que están buscando sus raíces, y eso es valioso. Pero también hay muchos de nosotros que trabajamos de manera más anónima, con el pecho al frente, defendiendo nuestra cultura y nuestra identidad. Ese es el camino: no olvidarnos de quiénes somos, porque en la música y en el arte está nuestra memoria y nuestra fuerza.
