Este artista de Cartagena, Colombia, ha plasmado en sus obras a grandes figuras de la música del Caribe.
Por Roberto Llanos Rodado
Cuando el maestro Javier Flórez Barrios desliza sobre el lienzo su pincel empapado de color, da la impresión de que estuviera dirigiendo una orquesta, pues del concepto que traza en la tela brota una obra cargada de música en medio de una atmósfera que parece invitar a la rumba.
Flórez, pintor oriundo de Cartagena, Colombia, de 62 años, seguidor acérrimo de la rítmica salsera, se ha enfocado en resaltar por medio del arte a reconocidos músicos y cantantes inspiradores de este sonido caribe, que afirma carga desde la niñez.
“Esta temática no la busqué, nací con ella, vengo de herencia salsera”, sentencia.
Su técnica la define como de tipo expresionista desde el punto de vista del color y de la forma, “muy moderna y de vanguardia”, subraya.
Para alcanzar esta mixtura el maestro Florez describe que desarrolla su trabajo en un ambiente muy peculiar.
“Yo pinto con música, escucho la música del artista que estoy pintando para poder sentirlo. Además, puedo suspender y bailar, vuelvo a pintar, bailo y suspendo. Eso lo llamo vibrar con lo que estoy pintando”.
En medio de la dinámica de este entorno han surgido cuadros memorables de Ismael Rivera, Tito Puente, Chocolate Armenteros, Cortijo, Ray Barreto, Johnny Pacheco, Joe Arroyo, entre otros, con los que ha participado en unas 52 exposiciones nacionales.
Salsa y pintura
La fusión salsa y pintura marchan paralelas en la vida de Javier Flórez, el fervor por la primera lo absorbió en Olaya, un sector popular del suroriente de Cartagena en el que nació, donde la salsa latía en cada esquina.
“Además, en la casa paterna se escuchaba mucho boogaloo y música cubana en los 60. Eso influyó en mí”. dice.
De la pintura afirma que asomó en su infancia de manera impredecible a principios de la década de los 70.
“A los 6 años descubrí que me gustaba el arte, porque siempre estaba pintando, creando, dibujando. Toda la primaria fue así, igual en bachillerato”.
En este nivel de estudios secundarios sintió la necesidad de ingresar a la escuela de Bellas Artes de Cartagena, para profesionalizar su talento.
Sin embargo, en medio del entusiasmo por la pintura, además impulsado por su fogosidad juvenil, chocó de frente con una dura realidad.
Para un muchacho como él, de barriada pobre, el arte era una manifestación elitista que le representaba todo un desafío, pues sobrepasaba el presupuesto familiar.
“Estudié con mucho sacrificio, todos los días pedían materiales y no tenía los recursos. Llevaba apenas un pequeño carboncillo o un pedazo de carbón. Mientras los compañeros tenían recursos para muchos pinceles, yo usaba uno solo. Hubo momentos en el que me regalaban los materiales”.
Ese período crucial en sus estudios de arte estuvo comprendido entre 1980 y 1984.
El primer cuadro
El primer encuentro formal de la combinación pintura – salsa plasmada en un lienzo, lo tuvo el maestro Flórez en la época en que da los primeros pasos en la escuela de Bellas Artes.
“Camino a casa encontré en el suelo una laminilla de un hombre tocando trombón. Me llamó la atención y lo pinté en técnica pastel”.
El resultado de ese cuadro provocó una avalancha de elogios de quienes seguían de cerca su trabajo, lo cual lo animó a seguir en la lucha por alcanzar reconocimiento en el arte, a pesar de las contingencias económicas.
El paso siguiente lo dirigió a pintar carátulas de discos de salsa, con algunos cambios que introducía para ir plasmando una marca propia.
Poco a poco perfecciona su técnica, logra una pintura más avanzada, y entonces surgen las figuras de los grandes salseros que le empiezan a originar comentarios favorables a su obra.
“Ya no trabajaba tanto al músico, sino algunos detalles de este al ejecutar un instrumento, lo que le daba mayor vitalidad a lo que mostraba”.
Este viraje se da en los años 80 en el que, además, las representaciones van acompañadas de un mayor colorido.
“Es un cuadro nuevo en lienzo en el que el fondo no es plano, sino con diferentes capas de colores y texturas”, explica.
Esta es la pintura que definió ya como de tendencia expresionista.
Con el desarrollo alcanzado y el auge de las redes sociales, la obra de Javier Flórez comienza a trascender, gana un espacio y su nombre es tenido en cuenta en varias exposiciones que lo hacen visible en el medio artístico.
Por la línea del jazz
En un momento dado, casi sin proponérselo, pasa de encarnar a las figuras de la salsa, a las de la línea del jazz latino.
“Empecé a trabajar no sólo músicos del jazz norteamericano, sino otros cubanos como Cachao”.
Este giro en la temática musical de su creación, el maestro Flórez la consideró una transformación necesaria.
“Es que cuando uno se acostumbra a algo termina repitiéndose, por eso todo tiene que sufrir cambios, el mundo es cambiante para mejorar y enriquecerse”, reconoce.
Un capítulo previo
En un vuelo retrospectivo de su trabajo, Javier trae a la memoria un capítulo previo y breve que vivió antes de entrar de lleno en la onda salsa – jazz.
Sucedió al terminar su paso por Bellas Artes, se orientó a pintar personajes mafiosos de imágen neoyorkina de entre los años 20 y 40.
“Una amiga me regaló el libro El Padrino, de Mario Puzo, lo leí y me involucré de tal manera que mi tesis de grado la realicé con figuras de gánster, en técnica de óleo sobre lienzo”.
Terminado este ciclo siguió pintando personajes de perfil delincuencial, pero ya no neoyorquinos, sino del entorno local de su ciudad, Cartagena.
“Plasmé al rufián de barrio, de lo que se sitúan en cualquier esquina”.
En este lapso artístico la salsa surge también como protagonista de su obra, se inspira en temas de Rubén Blades como ‘Pedro Navaja’ y ‘Te andan buscando’, cuyas letras la protagonizan actores lumpescos.
La primera exposición
En los inicios del trajín en el arte, Javier Flórez guarda un episodio que al recordarlo le produce cierta congoja, pero que en su momento no lo amilanó.
Alguien que admiraba su trabajo lo instó a mostrarlo en una exposición, e imaginó que dado el encuadre salsero de la obra el sitio ideal podría ser un bar especializado en este tipo de música.
“Así se hizo, pero me llevé una gran decepción: la gente fue a lo suyo, a tomar cerveza y escuchar salsa, y ni se percató de que allí había una exposición”.
En definitiva resultó para él una prueba más de un concepto personal que aún mantiene, el pueblo colombiano no valora el arte.
“En Colombia la pintura o la escultura no son apreciadas, ese es un problema que viene de fondo, en la escuela no le dan importancia a las artes, y por eso no atrae a la gente cuando es adulta”.
Lo nuevo, la champeta, ritmo y baile
En este momento de su producción artística, el maestro Javier Flórez Barrios incursiona en otro giro en su temática, sin apartarse de lo musical y lo caribe: la champeta.
Mientras en la salsa y el jazz reflejaba al artista, al músico, ahora hace mayor énfasis en el bailarín, y en su manera de bailar champeta, una expresión musical de Cartagena.
“Mi pintura de champeta está impregnada de ritmo y baile, porque tiene mucha riqueza en lo popular”.
En principio el argumento son los bailarines, las parejas que bailan juntas, frotándose los cuerpos en una maniobra casi erótica.
“También me va a tocar pintar las parejas que bailan sueltas, todo eso hace parte de mi pintura. Es decir, una variante, pero la esencia es la misma que he mantenido: la música popular”.