La fábula de la Serpiente y la Luciérnaga (que les invito a leer) siempre ha sido considerada un escrito inductivo. Está hecha para forzar un pensamiento anticrítico, por lo que, desde mi perspectiva, posee poca o ninguna validez lógica. Lo natural al raciocinio es la deducción. La inducción justifica una idea que no se sostiene por sí misma, pues a pesar de que parta de premisas verdaderas, la conclusión no resulta necesariamente cierta; hecho peligroso, si tomamos en cuenta que algunas decisiones están fundamentadas en la observación y análisis de los acontecimientos. Siempre he considerado la inducción como un proceso acelerado que más bien sirve de salvoconducto para una mente llana y con premura para juzgar.
La Serpiente no se quiere comer a la Luciérnaga por su BRILLO… sino porque es SU naturaleza, pues también engulle seres obscuros. El punto está en que, si eres Luciérnaga, vuela al nivel donde la Serpiente no pueda alcanzarte… pues arrastrase por el suelo, también es parte de su naturaleza.
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Nos pasa mucho que damos licencias a granel a todo aquel que, con o sin intensión, pretende anular nuestras posibilidades en una especie de marea abrasiva, solapada y constante, que debilita nuestra autoestima y, por consiguiente, nuestros intentos. No hace diferencia si el daño permitido es intencionado o no… al final, el resultado es el mismo y nosotros, los únicos responsables de la marea alta que quebró nuestros diques y acortó nuestros límites.
Mira a tu alrededor… DEDUCE por lo que vez, por lo que escuchas o por lo que sientes; no por lo que otros quieran sembrar en tu mente. La deducción es un acto de responsabilidad, madurez y protección. No permitas que ninguna serpiente te engañe haciéndote creer que eres, irremediablemente, parte de su ciclo y que, caer en sus fauces, es tu destino final. Sal de su alcance… no se arrastra por el suelo, quien tiene alas para volar.
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