Hay que aplaudir la vida de Jesús, que maravilloso transcurso por este mundo, que entrega y pasión por el prójimo, pero sobretodo que obediencia al Padre, hasta la muerte, y muerte en una cruz. Esta historia fascinante de muerte y resurrección aun vive entre nosotros y nos da fe, esperanza y sostiene la propia existencia del hombre sobre la tierra. Y es que para entrar en la Semana Mayor, se necesita sabiduría, gracia y compasión para entender la tragedia del hijo de Dios, azotado, coronado de espinas, humillado, sediento, cargando ensangrentado una cruz por nuestros pecados, abandonado por el mismo pueblo que lo seguía cuando hacía milagros, El que fue aclamado al entrar a Jerusalén, muere solo en un madero, expresando su soledad a Dios. Por lo cual Dios lo exaltó y le dió el nombre que está sobre todo nombre.
Pero vamos a pasar a un momento de reflexión, y por qué no decirlo de conciencia, ¿Cuántas veces hemos abandonado nosotros a aquel que nos dió la mano y hasta secó nuestras lágrimas? ¿Cuántas veces nos hemos sentido abandonados también? sí lo llevamos a lo ordinario y lo cotidiano, los milagros son las buenas personas que se cruzan en nuestro camino, todos los días. ¿Por qué se nos hace tan difícil entonces, ver el rostro de Jesús en cada uno de ellos? El mundo en que vivimos ha cambiado totalmente en este último año, dejando una huella imborrable en la forma en que pensamos, actuamos , tratamos nuestra familia, nuestro centro de trabajo, la salud, la iglesia e inclusive nuestra relación personal con Dios. Esta pandemia nos ha estremecido y afectado, nos ha recordado la realidad de la muerte, pero a la misma vez nos ha brindado la oportunidad de ser mejores, de que exista un cambio en nosotros y que no apartemos nuestros ojos del madero. La vida es tan frágil y tan rápida que si no nos aferramos a ella por medio de la fe, al final no encontraremos la verdadera razón de existir.
Cuando era pequeña mi abuela decía: “Haz bien y no mires a quien” y por mi parte he tratado de ser siempre una fiel representante de ese sentimiento. Pasamos por este mundo tan aprisa que dejamos a un lado el tiempo para hacer bien, perdonar y agradecer. Hoy jueves Santo, nos encontramos casi abrazando el Domingo de Pascuas, de Gloria, recordando la maravillosa esperanza de la resurrección. Dios ya no nos habla en voz baja, por medio de este virus nos habla en voz alta, es el momento de doblar rodillas, tiempo de despertar, cambiar, perdonar y amar. Por eso debe entenderse que si comparamos nuestros tropiezos, desencantos, tragedia y abandono, con todo lo que pasó Jesús, comprenderemos que la muerte no tiene la última palabra, la tiene Dios, quien nunca abandona a sus hijos. El siempre como Padre amoroso y de perdón revierte la tragedia convirtiéndola en victoria, solo hay que esperar humildemente, obedecer como lo hizo su hijo, porque solo así, seremos mejores… siguiendo su ejemplo…
Maritza Beltrán