“Ningún mar en calma, hizo experto a un marinero”. Esta frase no me pertenece, pero me impactó poderosamente cuando la leí, hace ya algún tiempo. Aventurarse a zarpar hacia lo desconocido, no nos ofrece garantías, pero nos aparta de ese INSULARISMO PELIGROSO que supone quedarse atracados en un solo puerto. Y aunque levar anclas también conlleva sus riesgos, es menester calcular el daño que nos puede producir la inercia y el miedo a navegar. No es lo mismo estar donde nace la ola, que sentirla romper a tus pies. Lo primero implica comienzo… lo segundo, aunque refrescante, supone final. (Sigue leyendo Sobre barcos)
Desde muy joven supe que mi vida no sería estar en un puerto seguro, pues aquello que deseaba, estaba más allá del horizonte. Armé mi barca, junté a los mejores marineros y con brújula en mano, nos hicimos a la mar. Y navegamos… navegamos mucho bajo soles intensos, lunas muy frías y solsticios eternos. Y navegamos… navegamos mucho más sobre mares, a veces en calma y otras, no tanto. Mientras más nos alejamos del puerto, más profundo el azul y más turbulentas las aguas. Pero no todos están hechos para resistir la marea. Algunos se bajan en “PUERTOS SEGUROS” ante el aviso de una inminente tormenta; y es ahí donde te haces experto. Navegar sobre un mar en calma, lo hace cualquier principiante. Para ser capitán… hay que doblegar tempestades.
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A todos los que abandonan nuestro barco, cuando PARECE que se hunde sin remedio, DEBEMOS DARLE LAS GRACIAS porque al irse, hacen más liviana la carga y permiten que podamos zarpar, aún con la marea muy baja. Nuestra vida NO ES UN CRUCERO DONDE SE MONTA CUALQUIERA… es una embarcación de lujo a la que solo darás acceso a quienes naveguen contigo en la calma… pero se atrevan a retar a la peor de las tormentas.
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