La brevedad o longevidad de la vida, es ciertamente relativa. Para unos, diez años pueden resultar eternos y para otros, noventa, solo un segundo en el tiempo. Lo que si es indiscutible es la efimerabilidad de cada segundo que nos da el Universo. Esos, no solo tienen una irremediable caducidad, también son irrecuperables. (Siga leyendo: Sobre el tiempo…) Son terminales; mueren al momento mismo de nacer, al menos en nuestra dimensión… o en la que conocemos, pues algunos afirman la existencia de Universos paralelos y, por ende, la multiplicidad de dimensiones QUE NO CONOCEMOS… Aún.
Nuestra vida, dure diez años o noventa, se compone de todos esos natimuertos juntos. ¿Cómo es posible entonces que toda una vida llena de propósitos, se componga de materia prima tan efímera? Ironías de nuestra existencia y de nuestro paso por el planeta; es así y no lo podemos cambiar. Lo que si está en nuestras manos es la administración de cada uno de esos segundos. Invertir equivocadamente tan solo uno de ellos, podría ser una mella en nuestro TODO.
Hay segundos rebeldes cual humanos jactanciosos, que pretenden ser sólo ellos en el tiempo. Megalomanía cronológica abundante en el aire, en la tierra, en las aguas, en el cosmos… En la mente de los perros, en las siete vidas de los gatos… En los muros de tu pueblo, en las ruedas de un triciclo, en las vueltas de la noria, en los versos no cantados; en tu mundo y en el mío… y en cada pecado cometido cuando cerramos la puerta al segundo que ha nacido.
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Pero hay segundos coordinados, conscientes de que su individualidad no está en juego. Conscientes también de que esa misma individualidad los convierte en eslabones perfectos e invulnerables; segundos diferentes, pero dispuestos a fundirse en una masa heterogénea, pues para ser parte de un TODO, también hay que abrazar las diferencias.
Cuidemos el tiempo de los demás, PUES NO NOS PERTENECE, pero, sobre todo cuidemos el nuestro, que se va y NUNCA VUELVE.
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