Cuando decidimos unir nuestra vida a otra persona es porque hay cosas que nos conectan a ella; elementos congruentes que nos hacen crear lazos, puentes y proyecciones. Pasamos por un periodo de prueba en el que reafirmamos que todo aquello que admiramos un día, realmente está ahí o, más importante aún, si funciona de manera bilateral. Recuerdo una ocasión en que le mencioné a alguien… “Lo que pasa es que tú te preocupas por ti, y yo también me preocupo por ti… de manera que habemos dos a cargo de tus necesidades y nadie a cargo de las mías” Demás está decir que ya no estamos juntos… (Siga leyendo: Sobre la evolución).
Se nos dice que toda relación debe estar fundamentada en el AMOR; y yo lo creo. Pero también en el compromiso, la voluntad y la apertura suficiente para CRECER JUNTOS. Nada en el Universo es estático y nosotros, cómo parte de ese todo, también cambiamos. Armonizar esa evolución es un gran reto, pues sucede en tiempos y ritmos diferentes. Evolucionamos por mil razones, que, aunque sean las mismas para ambos, nos afectan de manera distinta y, por consiguiente, nos marcan de forma desigual. Es entonces cuando el cambio se asoma; ya no somos los mismos de ayer.
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Pretender que la persona que nos acompaña acepte nuestra evolución de manera conforme, es de alguna manera obligarlo a que acepte seguir en el partido, aun cuando le hayamos cambiado las reglas del juego y, aunque ciertamente, no se trata de una competencia, no es menos cierto que jugar en equipo es vital, pues las relaciones son tal vez, el único deporte, en el que la VICTORIA estriba en llegar JUNTOS a la meta.
Evolucionar es válido. Pero si en tu proceso de evolución te conviertes en algo distinto a lo que eras, sentarse en la mesa de negociación es mandatorio. La otra parte del equipo tiene pleno derecho a decidir si adopta, o no, las nuevas reglas, y tú, el deber de aceptarlo. Muchos cambios de ruta no tienen nada que ver con lo que sentimos. El amor probablemente siga ahí… en ocasiones, simplemente maduramos en direcciones opuestas.
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