Entre la gloria de Hollywood y su lucha por la voz, deja un legado de resiliencia
El mundo del cine y las artes escénicas perdió a una de sus figuras más emblemáticas con la muerte de Val Kilmer, a los 65 años, tras complicaciones derivadas de una neumonía. Así lo confirmó su hija, Mercedes Kilmer, al New York Times, medio que dio a conocer la noticia. Detrás del desenlace, hay una historia marcada por el arte, la fama, la enfermedad y una lucha admirable por conservar la voz, la dignidad y el propósito.
Kilmer, recordado por su interpretación de Iceman en Top Gun, por encarnar a Jim Morrison en The Doors y por vestir la capa de Batman en Batman Forever, fue también un artista profundamente comprometido con el teatro y la narrativa biográfica. Fue el miembro más joven aceptado en la prestigiosa Juilliard School y siempre aspiró a una carrera de profundidad actoral más allá de los reflectores de Hollywood.
En 2014, fue diagnosticado con cáncer de garganta, enfermedad que afectó gravemente su capacidad vocal y lo obligó a someterse a tratamientos intensivos, incluyendo una traqueotomía. Lejos de retirarse, Kilmer encontró en esa crisis una nueva manera de narrarse: escribió, produjo y protagonizó una obra sobre Mark Twain, y más adelante, en 2021, estrenó el documental Val, donde se explora su ascenso meteórico en la industria y su batalla contra la enfermedad.
Ese mismo año, regresó brevemente a la pantalla en Top Gun: Maverick, en un emotivo cameo que permitió a sus seguidores verlo nuevamente en el papel que lo consagró en los años 80.
La historia de Val Kilmer no solo habla de fama y cine, sino de resiliencia frente al cáncer, de cómo la pérdida de la voz no significa el final de una vida expresiva. Su experiencia nos recuerda que la enfermedad no define al paciente, y que el arte puede ser una forma de resistencia frente al deterioro físico.